
“Me sentía un esclavo y no exagero”, asegura Marcos, de 20 años, que trabajó durante seis meses en un call center. “Atendé. Seguí. Marcá el teléfono. Hoy vendé cinco. No estás llegando al objetivo. Si siguen así, vamos a tener que reducir personal”. Las recomendaciones amenazantes caen, como piedras, sobre los telemarketers, que deben soportar todo el día la presión de los supervisores. Aunque son todos muy jóvenes, a los pocos meses, los operadores terminan con dolores de cabeza crónicos, tendinitis en las manos por manejar compulsivamente el mouse, molestias en la región lumbar, pérdida de audición, disminución visual y problemas psicológicos por el estrés que provoca el agotamiento.Se calcula que hay 50 mil trabajadores en los call center argentinos, la mitad o más de los cuales trabajan para call off shore, es decir para empresas multinacionales que se instalan en la Argentina favorecidas por la diferencia cambiaria. Con el sueldo de un operador telefónico estadounidense, se paga el de tres argentinos. Lorena, de 19 años apenas estuvo un mes en la empresa Audiotel y cuenta que, al principio, el supervisor de la campaña parecía una persona “muy simpática”, pero después se convirtió en el ser “más odioso”. “Cuando estaba por vender me empezaba a gritar y me desconcentraba”.Los supervisores les presentan el producto a vender como si fuera facilísimo. “Chicos no se preocupen que esto se vende solo”, cuenta Lorena que le repetían todo el tiempo. “Lo que termina pasando es que le terminas vendiendo a tu familia y amigos la imagen que el call center te vende a vos”.En Argentina, unas 40 empresas desarrollan esta actividad. Las principales son Atente, TeleTech, ActionLine, Teleperformance y Telecom, que concentran el 80 por ciento del negocio local. Este trabajo es elegido por jóvenes de entre 18 a 25 años, atraídos por el horario de trabajo. Ningún call center debería superar las seis horas de trabajo pero no todos son obedientes. Miles de jóvenes se dedican a atender 400 llamadas por día, teniendo que soportar el humor del eventual cliente. “Pues, coño, le dije que no me llame más ¿Entendió?’ y después viene el clásico ‘tu tu tu’, que indica que una española mas te cortó el teléfono”, cuenta Lorena. Lo que no saben españoles, argentinos o japoneses es que quien los está llamando para ofrecerles un producto es apenas un “pobre esclavo” de una empresa. Están obligados a cumplir las órdenes. Si no lo hacen quedan “de patitas en la calle”.El trabajo es rutinario. El operador está frente a su computadora, en su box de dos por dos. Atiende o realiza llamadas, que en algunos casos son grabadas. Como no saben cuales son registradas y cuales no, eso les genera cierta paranoia. En algunos casos tienen una cámara que los vigila durante todo el día. Entre las filas de boxes, en lo alto se levanta una especie de atril, donde se encuentran los supervisores. Desde allí, “el ojo humano vigila” todo. Lo más importante es que no vayan a caer en el “delito” de tener ganas de ir al baño. Eso es mal visto por el supervisor. Está todo calculado: “Mientras van y vuelven del baño pierden como mínimo cinco minutos de trabajo”. Eso equivale a siete llamadas. “Te dan un break de 15 minutos, que lo tenés que aprovechar para todo”, advierte Natalia.Los operadores tienen miedo de levantarse a tomar agua. El supervisor “les clava la mirada” y al minuto aparece la frase: “¿Chicos se pueden dedicar a vender?”. Además de los trastornos físicos, la presión que soportan puede traerles consecuencias en su equilibrio psíquico. Es frecuente que entren en estado de pánico, que sufran enfermedades psicosomáticas y neurosis, producto de un régimen estresante. Ademas las empresas buscan que el operador renuncie para asi no pagar indemnización. Y comienzan los maltratos continuos, asi como tambien suspensiones sin causas. Acá el operador tiene dos opciones., Una es obedecer. La otra, renunciar. Por cada venta, los operadores reciben un “porcentaje”. Por un seguro por accidentes que a los españoles le cuesta 125 euros, al trabajador argentino le dan solo dos euros, es decir lo que serian seis pesos. Pero por eso hay que soportar la presión continua y el mal trato. “Lo único que te queda es gritar ‘socorro’”, dice Lorena con una sonrisa irónica.
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